Desde su nacimiento en un rincón de aquel rancio bareto de barrio, no aprendió otra cosa que a tragarse la vida. Su distracción favorita: Juntar peras con sandías, cañas y tapas, fresas con estrellas . Su habilidad con la palanca crecía dia a dia hasta convertirse, llegada la edad adulta en experto en cada uno de los matices del clink clank de la tragaperras. Mientras aparecía su primera cana, el jugador presintió que iba acercándose al cenit de su vida. Imaginó una lluvia metálica desbordándose con estruendosa alegría después de eternos años de sequía. Con la felicidad absoluta de haber tocado techo recogía la copiosa mercancía de frutos coincidentes sintiéndose superior e invencible y con el jugoso premio entre sus manos, se disponía a satisfacer su meta que no era otra que dilapidar hasta el último céntimo ganador a través de la misma máquina de hacer dinero pero en sentido inverso...
Mientras cavilaba, su metafórica cabeza se llenaba de canas y sus manos inquietas, cada vez más vacías. Incapaz de resignarse a aceptar la mala suerte que le acompañaba en los últimos tiempos, decidió intentarlo por última vez sosteniendo entre sus dedos temblorosos y vencidos la última moneda.
Pero el cálculo de probabilidades, la conjunción de una serie de elementos fortuítos, sumados al avance provocado por la moneda de un distraído transeunte que se le adelantó a través de la hambrienta ranura, desencadenó que por fín se dispararan todos los resortes, lucecitas y demás acordes metálicos, vaciando en dos segundos la cabeza llena de dorados sueños del perdedor callejero.
Mientras cavilaba, su metafórica cabeza se llenaba de canas y sus manos inquietas, cada vez más vacías. Incapaz de resignarse a aceptar la mala suerte que le acompañaba en los últimos tiempos, decidió intentarlo por última vez sosteniendo entre sus dedos temblorosos y vencidos la última moneda.
Pero el cálculo de probabilidades, la conjunción de una serie de elementos fortuítos, sumados al avance provocado por la moneda de un distraído transeunte que se le adelantó a través de la hambrienta ranura, desencadenó que por fín se dispararan todos los resortes, lucecitas y demás acordes metálicos, vaciando en dos segundos la cabeza llena de dorados sueños del perdedor callejero.
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