miércoles

INDIRA LA INDIA

Un lunes siendo niña, caí enferma.

LLevaba meses con una tos tonta, así que mi madre decidió llevarme al médico. Le dijeron que lo más aconsejable era operar a la criatura de las anginas. Mi madre me lo mantuvo en secreto, hasta que una mañana, el coche de mi padre, en lugar de detenerse a la altura de la fila de colegiales que esperaban en la puerta del colegio, pasó de largo y continuó recto hasta la calle Alcalá, sin duda hacia el centro de Madrid.
Aquello no me gustó un pelo. Le pregunté a mi madre que donde íbamos y ella me respondió que no me preocupara, que ese lunes no tenia que ir a clase.

De pronto me encontre subiendo las escaleras crujientes de madera de un edificio antiguo. Nos paramos delante de una puerta tan alta que parecía no acabar nunca. Mi madre apretó el timbre y nos abrió una señora tambien altísima, simpática, con voz amable, aunque fea. Entramos en una sala blanca donde nos esperaba un señor de blanco con un extraño plato redondo brillante y metálico en la frente. La señora alta y fea me subió a un sillón como de dentista. Aquello me gustaba cada vez menos, quise gritar, pero en el momento de abrir la boca, el señor del plato aprovechó la situación y me metió un aparato enorme en la boca y me dijo: "Como te llamas, cuantos años tienes... tranquila pequeña, esto te va a doler un poquito, pero se acabará enseguida".
Antes de echarme a temblar, noté un dolor seco e intenso producto de una tenazas que me apretaban horriblemente en el interior de la garganta. Luego me sacaron el aparato y unas gotitas rojas salpicaron en interior de una especie de palangana blanca.

Después me levanté, estaba atontada, el médico me miró con cara de coleguita: "Ves, si no ha sido nada, ya te puedes ir a casa" yo mire a mi madre, luego al señor y le dije: "no, yo ahora quiero ir al colegio".

Sin embargo aquella mañana no me uniría a mis amiguitas de 1ºA, sino que me llevaron directamente a casa donde estuve una semana sin hablar, comiendo flanes y helados y otras cosas blandas. Pero no son los flanes el mejor recuerdo de aquellos días, sino un cuento que me regaló mi madre, "Indira la India", apesar de que lo que me pasó aquel día, en que no fuí a clase, fuese sin duda un castigo por toser demasiado. Nunca me volvió la voz suficiente para confesarle a mi madre que si tosía era porque quería.



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