Desde el principio supo que la escalera que conducía a ese cuarto de portal estrecho y chico de barrio provocaría el tintineo de cada uno de sus músculos de alambre con bola y cadena. También los de las piernas.
Hace hambre.
La luz es tenue, el frio se abre, el aire vibrante.
paredes transparentes, vino caliente.
Hay humedades.
El otoño se escapa entre la bruma y calcetines impares,
luego sol, luego la lluvia...
La luna cocina con un delantal de plumas desteñidas.
En la parrilla claman dos perros
uno saca la cabecita, la del otro está completamente frita
las velas se funden en los días sin horas,
las noches de ensueño sin sueño,
corteza de ángeles crujiente,
estómagos de terciopelo,
palomas murmurando y el palomo gigante roncando.
El ambiente es cosa de Herbert
loza gigante donde columpiarse,
vibra un cuenco tibetano,
aperitivos japoneses,
cuatro botellas de sangre caliente,
una patata indiscreta humea junto a la ventana,
los cubiertos son cuerdas expertas que
atan afinados los ojos de la ternera poco hecha
y sus uñas azules clavadas en el trozo más tierno,
arañan.
Extraño lenguaje el que se habla en esta mesa sin patas colgada de una lámpara setentera sobre un tresillo Maxiestilo. Los comensales se beben rápido. Vestidos de chinos siguen la fiesta en el saloncito rojo, pero antes el postre: Platano moldavo sobre manzana mora, uvas sin noche vieja, submarinos de chocolate... Orgía gitana. Los flashes atrapan a los famosos y millonarios en plumas, redes, seda, charoles, guitarras y hadas negras sobre fregonas. Pillados sonrien, rien, lloran, flotan, crepitan, crecen, explotan, tiemblan, duermen. Mañana será otro día. Siempre
viernes.
(al General Concreto)
